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martes, 26 de junio de 2018

Las huellas de la urbanización en las villas

Las huellas de la urbanización en las villas Recorriendo calles sin nombre, pasillos marcados por historias, miradas perdidas o esquivas según quién las interpele, nos abismamos a esa cotidianeidad sistemáticamente precarizada, a la criminalización de la pobreza, a la expansión de la delincuencia, a los estigmas de la villa, a décadas de soledad.

Acompañada por Ángel Villagrán, cual Virgilio de Dante que me hace atravesar las calles del infierno, me voy introduciendo en la penuria, en la fatalidad, en la lasitud de La Costanera, ubicada al noreste de San Miguel de Tucumán a las márgenes del Río Salí, en el límite que separa a la capital de Banda del Río Salí y Alderetes.

Con una cumbia de fondo, filtrada desde la casa de un vecino, Villagrán, guerrero incansable que dio batalla aún después de pensarlas perdidas, se dispone a contar la historia de una de las villas más populosas del Gran San Miguel de Tucumán, donde la lucha vecinal disputa al narcotráfico, vidas posibles. Voz de los invisibles, memoria de quienes sólo cuentan como datos al momento de las elecciones, nuestro guía, integra en su relato tres tiempos, tres estados – no situaciones -: utopía, adversidad, incertidumbre.

La ocupación del espacio, empezó a fines de la década del ´60, resultado de un asentamiento gradual llevado a cabo por sectores de menores recursos que, sin respuestas estatales a sus necesidades habitacionales, fueron trazando en ese entonces, provisorios, hoy permanentes, pasadizos, calles, edificaciones. Esa geografía inestable, caótica para quien observa desde un presente deshistorizado, se superpone a calles marcadas y pavimentadas, producto del incipiente plan de urbanización.

Emilio Mustafá, Licenciado del Departamento de Abordaje Territorial, entregado a la tarea de recuperar adictos, sintetiza, "Hay familias que son de 15 personas y viven en dos piezas" Santos Villagrán Ángel fue uno de los primeros pobladores de la barriada. "En los comienzos” – cuenta como quien inicia un viaje a la semilla - “había cerca de 10 familias, no había más casitas. Esto era todo quinta de citrus y hortalizas”.

Hoy, cuenta con más de 6.000 habitantes. “Don Villa”, como lo conocen en el barrio, agrega “Nosotros hicimos una usurpación en este sector y la gente que se quedó sin trabajo de los ingenios, se enteró de esto y comenzó a venirse para aquí. Con otros muchachos hicimos la apertura de una calle, hicimos una cañería de agua, y de a poco comenzó la urbanización del barrio. Con mi padre teníamos un taller de carpintería y le hacíamos los ataúdes a la gente del barrio porque las familias no tenían para pagar uno. Me acuerdo que a los 18 años me tocó vivir una experiencia imborrable, había muerto una criatura de 7 años, cuyo cuerpito ya estaba en la tumba que habían cavado a las márgenes del río. Cuando nos enteramos pedí que no lo hicieran, que nosotros le íbamos a hacer el cajón para que lo enterraran. Es algo que nunca voy a olvidar. De todas maneras, creo que debe haber al margen del río algunas personas que las enterraron así nomás”.

En Argentina el problema habitacional viene de larga data. En los años de crecimiento económico, se profundizó. Las barriadas pobres evidencian un crecimiento exponencial a lo largo y ancho del país. La ausencia del Estado se torna visible en políticas sociales y habitacionales concretas. No cuentan con energía eléctrica, agua potable ni cloacas. En este entramado de necesidades y urgencias, La Costanera, como muchas de las 180 villas de emergencia en la capital tucumana, se ve afectada por la desnutrición infantil, las inundaciones, el tráfico de drogas y el alto consumo de las mismas en los jóvenes. Sobre las cicatrices reales se imprimen las simbólicas – no menos costosas -. “La Costanera está llena de delincuentes”, “Habría que matarlos a todos los de ahí”, "La Costanera es un caso perdido", son sólo algunas de las frases con las que medios de comunicación y gestiones políticas han estigmatizado al espacio y a sus residentes. Esas marcas de fuego, cincelan, determinando en muchos casos los destinos de los jóvenes, expuestos a la droga y al suicidio. Ese presente sin oportunidades lacera el caparazón endurecido de Ángel quien recuerda, no sin dolor: “Esto comenzó hace 15 años, antes eran los grandes, pero hoy son los chicos los que roban en busca de recursos para comprar drogas, no son delincuentes, pero van en camino a convertirse (…) Yo descolgué a un chico de la correa, que estuvo en Córdoba cuatro años, regresó, vio peor a su familia y al no tener esperanzas decidió quitarse la vida”. Los proyectos de transformar La Costanera y mejorar la calidad de vida de quienes viven ahí han formado parte del marketing de varios políticos que llegaron buscando la foto "humana" junto a los parias que ellos mismos construyeron. Litros de tinta se ha gastado en firmas de convenios, entre gestiones, mientras que las obras permanecen inconclusas. Las esperanzas se hipotecan; los destinos de residentes, se vulneran; los derechos, se suspenden. Las promesas se esfuman y las mentiras crujen. Entre junio del 2014 y enero de este año, los funcionarios Amaya – ex intendente – y Alfaro – secretario de gobierno de la gestión anterior y actual intendente – visitaron el lugar, anunciaron pavimentación, la construcción de un paseo al aire libre, iluminado, con actividades de todo tipo. Como oficialistas u opositores al gobierno provincial o nacional según sea el periodo que se considere, ambos han reiterado a la prensa altisonantes declaraciones de progreso: “es un objetivo que nos trazamos, recuperar y jerarquizar esta zona con una obra maravillosa para los vecinos. Este es un gran desafío para poder darles dignidad y mejorar sus condiciones de vida. Es un Máster Plan que se hizo con la participación de especialistas y el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo”, indicaba el ex intendente Amaya. Su sucesor, Alfaro, en medio del tórrido sol de enero de este año revisitó lo empezado y enumeró los trabajos "pavimentación de una avenida de un kilómetro de extensión, entre el puente Barros y la calle Guatemala. Instalación de la iluminación correspondiente y complejos semafóricos; trabajos de parquización y colocación de juegos para niños y mobiliario urbano. Instalación de un sistema de desagües pluviales para prevenir anegamientos en la zona de la Costanera”. Regresó a principios de mayo con el discurso memorizado y reproducido una vez más. “Los vecinos se benefician con estas tareas porque permiten mejorar su calidad de vida, con un mayor acceso a distintos servicios, porque con calles en buen estado pueden ingresar sin inconvenientes las ambulancias y los autos de la Policía”, insiste. A fines de ese mes, se sumó a la caravana de “mejoradores”, el titular del Plan Belgrano, quien se adjudica la obra ahora. Pero mientras, el municipio busca ponerle maquillaje a la exclusión, los vecinos se conforman simplemente con que las obras traigan un poco de paz, orden, seguridad. Cuatro años después del primer anuncio, los tiempos en estas tierras no son los mismos del almanaque. Los funcionarios han demostrado que aquí, 12 meses duran 4 años.

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