Dónde se fusiona la palabra
periodista, con militante?
Hasta dónde se aceptan unidas y hasta dónde separadas?
El hombre que practica esta
profesión puede abstraerse de toda ideología para hablar con absoluta
imparcialidad?
Es bueno o malo que un periodista
sea honesto con sus lectores y aclare desde el lugar de pensamiento que
escribe?
Probablemente podamos hacernos aún más preguntas y
encontrar una cantidad indeterminadas de respuestas porque el debate sigue
abierto desde hace muchísimos años, y no desde que el gobierno liderado por la
familia Kirchner en Argentina volvió a revolver
este tema.
Según el diccionario de la RAE “Militante” se les llama a las personas
que forman parte de un grupo u organización, especialmente de un partido
político.
Pero una segunda acepción indica
que “está relacionado con la militancia
o la adhesión a unas determinadas ideas o las refleja”.
En la definición del quehacer de
un periodista encontramos que “es el trabajo que consiste en descubrir e
investigar temas de interés público, contrastarlos, sintetizarlos,
jerarquizarlos y publicarlos”.
Es aquí donde entre la segunda
definición de militancia y el quehacer periodístico, hay puntos en común que
llevarán inexorablemente al encuentro de estos dos caminos.
Mirando la historia del
periodismo en Argentina nos encontramos, que en muchos casos, la tribuna de
debate de los temas de interés público siempre estuvo cautiva de una militancia
partidaria. Muchos diarios nacieron al amparo de ese impulso, la mayoría de las
veces para expresar a partidos políticos o núcleos ideológicos.
Las primeras publicaciones
comenzaron a los pocos años de nacido el Virreinato del Río de la Plata, en
1781, y eran reproducciones de hechos ocurridos en España y llevaba el título
de “Noticias recibidas de Europa por el
Correo de España”. De este se conoce solo una publicación, pues meses más
tarde salió el “Extracto de las noticias
recibidas de España”, que se redujo
también a una sola edición.
A principios del siglo XIX comenzó
a circular en Buenos Aires el primer periódico de nuestro país, “El Telégrafo Mercantil, Rural, Político,
Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”, dirigido por Manuel
Belgrano, y entre sus características estaba el hecho de usar el nombre “argentino”
para denominar a las cosas que ocurrían con las personas que vivían en el Río
de la Plata, siendo este suceso, quizás, uno de los precursores de la palabra
que luego le daría el nombre a nuestro país.
El periódico, editado en la
imprenta de los Niños Expósito, duró un poco más de un año.
En setiembre de 1802
apareció el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio” fundado por Juan
Vieytes, otro hombre que en menos de una década, al igual que Belgrano, sería
uno de los impulsores de la causa revolucionaria. Este rotativo duraría hasta
1807.
En épocas de las invasiones
inglesas apareció el periódico “La
Estrella del Sur”, una publicación bilingüe, donde el estilo británico, más
ágil y menos acartonado que el español, daba la nota distinta, en tiempos
también distintos.
En estos años de sucesos determinantes,
aparecieron otras ediciones gráficas,
entre las que se destaca la que el propio Virrey Cisneros mandó a
publicar bajo el nombre de “Gaceta del
Gobierno”, donde se imprimían documentos oficiales y transcripciones de
artículos publicados por periódicos españoles.
En contraposición a esta
divulgación, en marzo de 1810, meses antes de la “Revolución de Mayo”, Belgrano vuelve a
organizar una tribuna de opinión llamada “Correo
de Comercio”, que circulará hasta 1811.
Luego de la caída de Cisneros, aparece la recordada “Gazeta de Buenos Aires”, como órgano de difusión de las acciones del nuevo
gobierno, fundada por Mariano Moreno. Muchos han interpretado que esta fue la
primera publicación en estas tierras, pero en el intenso ritmo de la vida
rioplatense de esa década, se advierte que no fue así. Sin embargo 120 años
después, se decidiría que el día que salió editada la Gazeta de Moreno, iba a ser tomado como el “Día del
Periodista”.
Aún con gobierno patrio, las
diferencias se mantuvieron al orden del día y fue así que después de fallecido
Moreno, la Gazeta pasó por varios redactores, hasta que en épocas del
Triunvirato se decidió que fuera editada por dos dirigentes políticos: Bernardo
de Monteagudo y Vicente Pazos Kanki. Estos se enfrentaron entre sí y se decidió
que el periódico tenga dos días semanales de edición: los martes y los viernes. Cada uno se
encargaba de un día y castigaba al otro.
Por esta polémica se decidió apartar a ambos, y Monteagudo atacó al
gobierno desde las páginas de “Libre Mártir”, mientras que opositores a las
ideas del tucumano, crearon un nuevo diario llamado “El Censor”. Hacia fines de 1812, tratando de apartarse de las
peleas políticas apareció “El Grito del Sud”, que duró unos cuantos meses.
Si a la historia del periodismo
la remontamos a nuestra provincia, veremos que fue también Manuel Belgrano,
quien trajo la primera imprenta y permitió así las primeras ediciones que se
conocieron con posterioridad.
Con el "Diario Militar del Ejército Auxiliar del Perú", durante dos
años, publicó material relativo al ejército que comandaba. Esta publicación
duró hasta 1819, cuando Belgrano partió a Buenos Aires bastante enfermo.
Esta imprenta fue tomada por el
gobierno tucumano, por lo cual las únicas publicaciones que se realizaron en la
provincia pasaron por el filtro oficial. “El
Tucumano Imparcial” en 1820 y “El
Restaurador Tucumano” en 1822, son algunas de las publicaciones que se
realizaron a principios de la tercera década del S. XIX.
No fue hasta la caída de Juan
Manuel de Rosas, en que el periodismo modificó su esquema conservador. Fue allí
más libre en ejercer el pensamiento crítico y publicarlo, aún a costa de
oponerse a las formas de gobierno del momento.
En 1854, el Gobierno compró una
imprenta nueva, y en 1859, "El Eco
del Norte", fundado por el joven Nicolás Avellaneda, adquirió sus
prensas propias. Fue la primera imprenta particular, a la que seguirían
paulatinamente otras, de diversa importancia.
Con estos aires, el periodismo
fue variando y permitiendo además que publicaciones culturales se multiplicaran
hasta final del siglo.
En Tucumán hubo varios ejemplos
de periodismo militante y uno de ellos para destacar, fue “La Razón" fundada por
dos políticos, Lídoro Quinteros y Pedro Alurralde. Contemporáneos a ellos, don
Emilio Carmona, fundador de la Sociedad Sarmiento, alquilaba una imprenta para
editar un periódico combativo, lo que le costó un juicio con el dueño de la
matriz, cuando esta fue inutilizada por sus rivales políticos. “El Orden” y otros diarios más, marcaron
en Tucumán una época de pensamientos ideológicos, volcados en ríos de tinta.
Mucho se puede escribir sobre
periodismo y militancia. Si nos damos una vuelta por los diarios centenarios,
el más antiguo en el país es “La Nación”,
nacido de la mano de Bartolomé Mitre, en su condición de ex presidente,
mientras que en Tucumán, si tomamos el ejemplo de “La Gaceta”, su fundador, Alberto García Hamilton, fue un activo
participante del partido radical al momento de su fundación.
Si seguimos enumerando
casos, en todos encontraremos que el punto de vista partió de un interés concreto, transformar las ideas
a partir de hechos relevantes.
Fue pasada la mitad del S. XX
cuando Rodolfo Walsh le vino a dar frescura al periodismo, entendiéndolo como
un resorte social, en el que necesariamente había que inmiscuirse para poder
contar desde el llano, lo que el pobre vivía. Esa convicción de meterse,
mezclarse con la vida de los humildes que sufren, de investigar cada detalle, lo llevó a
entender fundamentalmente la dinámica del poder y a comenzar a transitar sus
propias contradicciones de escritor “burgués”, como él mismo comenzó a
pensarse. “Sus mejores cualidades literarias fueron alma y humanidad”,
sentencia Osvaldo Bayer.
Operación Masacre, su obra cumbre,
quebró en dos la visión del periodismo que Walsh tenía, la que creía que
tenían sus propios colegas y la de los mecanismos de los aparatos de prensa de
los medios de comunicación.
Rodolfo Walsh militaba en Montoneros
y trabajaba en pos de la transformación social. Su enemigo era el poder
dominante, a quien denunció con sus investigaciones, y un sistema desigual que
sólo otorgaba justicia a sus dueños.
Gabriel García Márquez, el gran
maestro de la crónica, también tenía una militancia socialista que marcaba su
impronta y lo llevaba a poder estampar sus letras en un realismo único e
impensado, convirtiendo al periodismo en una literatura exquisita.
Los ejemplos sobran. Más allá de
cualquier definición, el periodismo ha sido militante. De un lado y de otro, ha
contado la verdad desde un lugar determinado, desde un espacio único creado por
el escriba, ante la realidad descripta.
Lo que se ha despotricado tanto,
lo que se ha embarrado, la palabra que muchos han estigmatizado “periodismo
militante”, nació desde los primeros escritos y sigue presente hasta nuestros
días.
La fórmula "periodismo
militante", que se utilizó hasta el hartazgo, era no sólo incorrecta, sino
injusta. El periodismo militante, de larga tradición, es el que cultivan todos
aquellos que, corriendo riesgos económicos y, muchas veces, políticos, fundan
un órgano de prensa para defender una idea, una concepción del mundo. La
cultura política occidental debe muchísimo a ese periodismo que enriquece el
debate ofreciendo una visión de la realidad desde un punto de vista explícito.
Sería engañoso y, sobre todo,
mezquino para esa noble tradición, extender la calificación
"militante" a diarios, radios, páginas de Internet o canales de TV
que sólo se proponen como órganos de propaganda del Gobierno. Denominamos "periodismo oficial" a
la red de empresas periodísticas que dependen para subsistir de la pauta
publicitaria del Estado. A diferencia del “periodismo militante”, el “periodismo oficial” se alimenta del dinero
de los contribuyentes y, en vez de elaborar una imagen propia de la vida
pública, reproduce la que le indican desde las oficinas de la burocracia,
divulgando los slogans del poder.
Si nos remitimos a la experiencia
argentina de los últimos cincuenta años aparecerán en escena las dos caras
visibles del periodismo contemporáneo.
Por un lado, ese periodismo
mercantilista, complaciente con el poder político de turno, ajeno e insensible
a los intereses populares. Periodismo servil y obediente, funcional a la
estrategia de la distracción, como dice Noam Chomsky.
Por otro lado, el periodismo
independiente, crítico y combativo. El de la libertad. El que en los años de la
dictadura pagó el alto precio de decenas y decenas de vidas mientras las
estrellas del periodismo de los grandes medios ocultaban esos crímenes y otras
atrocidades no menores.
Nunca como entonces el periodismo
argentino pudo mostrar a sus héroes y a sus villanos. Las dos caras a las que
aludimos antes.
Una, los símbolos de la ética y
la dignidad representados, entre tantos, por Rodolfo Walsh, Paco Urondo y
Haroldo Conti.
La otra, la de la degradación, la
entrega y la complicidad simbolizada por los Grondona, los Neustadt, los
Gelblung y ahora por los de la nueva generación de mercenarios como Luis Majul,
una de las estrellas de ese periodismo mediocre carente de ética y de
principios que ha ganado importantes espacios en los grandes medios de
comunicación.
Hay que admitir que hemos perdido
mucho, pero no todo está perdido.
No hay novedad en el fenómeno.
Muchos gobiernos cayeron en su obstinación por combatir una visión
independiente de la realidad, perdiendo de vista que la esencia del oficio
periodístico es la credibilidad, y que esa credibilidad sólo se construye en el
ejercicio honesto y sistemático de la crítica. Esta es la barrera que ningún
proceso autoritario ha podido derribar.
Chomsky admite que para los
periodistas la objetividad debe ser una aspiración que, si bien por definición
no es alcanzable, al menos debería ser el objetivo al que se debe apuntar.
La subjetividad del escritor está
presente en su discurso. Eso es innato a la condición de cada ser humano. Su
preferencia, su punto de vista y hasta su buena intención parten de su
cosmovisión del mundo.
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